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Pieles NO

martes, 18 de diciembre de 2012

Los fantasmas despistados



 

                Yo estoy convencida de que hay mucha gente que se muere y no se da cuenta de que está muerto. Gente que ha tenido una muerte rápida, como una torta con el coche, o enfermos a quienes se les ha ocultado su gravedad. Pienso que es muy importante darse cuenta de que se está pasando “al otro lado”, por llamarlo de alguna manera. Yo creo que después de la muerte hay otra forma de existir. Esto no lo creo por una cuestión de fe,sino que en mí es una cuestión empírica. Me han pasado tantas experiencias de este tipo, que no puedo ignorarlas.

                Yo tenía una vecina a la que se le estaba muriendo un pariente cercano, un chico joven, de cáncer. Como no sufría, le engañaban haciéndole creer que se iba a curar. Cuando me lo contaba se ponía contentísima, y decía: “¡Es que no se da cuenta de nada!”. A mí me parecía esto crudelísimo, como una broma macabra, pero para ellos era un gran triunfo. Cuando se murió me volvió a decir: “¡No se ha dado cuenta de nada!”. A mí me daba pena el pobre, pues además de dejarle hacer proyectos de futuro, le habían robado su propia muerte. Yo creo que todos tenemos derecho a vivir conscientemente nuestra muerte, a menos que así ya lo hayamos comunicado a la familia.

                Todo esto viene a lo que digo al principio: Que hay gente que está muerta y no se da cuenta de que lo está. Luego se convierten en fantasmas despistados, como le pasó a un jefe que yo tuve hace años, y que era una de las personas más buenas que he conocido. Era ateo y republicano, y su padre estaba exiliado en Méjico huyendo de la España de Franco, en la que hubiera durado poco.

                Yo admiro a los ateos que son buenas personas, pues los creyentes hacen el bien esperando una recompensa, pero los no creyentes lo hacen porque sí, porque es lo que se debe hacer, sin esperar nada a cambio.  Mi jefe era de éstos. Tenía amigos en todas partes, y trabajar con él era como hacerlo con un papá bueno y comprensivo.

                Pues un día, un 21 de junio, sábado, nos despedimos a las dos de la tarde hasta el día siguiente. Al poco es estar en casa me llama el otro compañero y me dice:

                -S.B. ha muerto.

                Yo no me lo creí, pues minutos antes se había despedido con una broma, como de costumbre. Por la tarde Paco y yo fuimos a su casa. Aunque tenía un cargo público, era tan honrado que no tenía literalmente donde caerse muerto. Sus amigos, la mayoría empresarios hoteleros, tuvieron que pagarle un nicho.

                Es la muerte que más he sentido. Esa tarde no paré de llorar.

                Al poco de morir, por la noche tenía siempre el mismo sueño. No cada día, pero al menos dos  o tres veces al mes. Era un sueño que no lo parecía, porque era muy lúcido y nada absurdo, como suelen ser los sueños de verdad. Yo veía a mi ex jefe en un lugar oscuro, como si fuese de noche, y siempre se quejaba de lo mismo. De que no había dejado casi dinero a su mujer, que sus hijos tenían que estudiar, que le necesitaban. Yo le contestaba que se olvidara de esto, que estaba muerto y debía seguir su camino, que en su familia estaban saliendo adelante y que las cosas terrenas ya no le debían preocupar, pero no había manera.

                Un año después de su muerte, el 21 de junio, estaba yo en Hungría, a orillas del lago Balatón. Esto no tiene ni pies ni cabeza, pero como fue una casualidad tan grande, lo pongo.  Yo estaba de viaje y pasándolo estupendamente, y solo pensaba en divertirme y hacer fotos y todas esas cosas que hacemos los que amamos los viajes. Pues bien, estando mirando al lago, de pronto tuve como una especia de flash (no sé como describirlo, pero vino a mi mente súbitamente) de recuerdo de mi jefe, y me vino a la cabeza de pronto. Entonces miré el reloj y ví que era el 21 de  junio y las tres de la tarde, un año justo y al minuto  de su muerte. Esto me pareció una tontería, pero pensé que vaya casualidad.

                Volví a casa, y las visitas “en sueños” y con el mismo decorado tristón se repitieron. Yo ya no sabía que hacer, esto duraba demasiado, y entonces, como yo no me había convertido al Islam, lo único que se me ocurrió es hacer como mi abuela, y un día entré en una iglesia y me fui directamente a la sacristía. Le dije al párroco que quería que dijera una misa por el alma de Fulano de Tal, que había sido mi jefe. Dijo que claro, y que le parecía muy bien que me preocupase así por mi exjefe.

                Bueno, todo esto hasta aquí parecen tonterías, pero la cosa surtió efecto. Las visitas nocturnas desaparecieron, por lo que deduje que mi querido patrón me había hecho caso y había seguido su camino.

                Ya sé que muchos que lean esto dirán que fue bueno para mí, que diciendo la misa esa se me fue la sugestión, etc. Yo no lo sé, pero la cuestión es que las visitas nocturnas, a las que he llamado sueños pero no lo eran –eran otra cosa, ya sé distinguir- desaparecieron.

                Mi jefe murió de repente, de un infarto mientras comía. No tuvo tiempo de nada, y además no creía en un más allá ni nada parecido. ¿Por qué recurrió a mí? ¿Qué fue todo aquello?. Una vez me encontré a su viuda por la calle y le conté todo. Le dije que no me importaba si me tomaba por una chiflada. Pero se quedó muy impresionada. Ella también era no creyente.

                Creo que hice bien contándoselo. Al menos me quedé yo muy a gusto.

                Mi abuelo materno murió también de un infarto fulminante mientras se afeitaba, y le había dejado dicho a mi abuela que cuando se estuviese muriendo, que no dejase de avisarle. Mi abuela así lo hizo, y él, antes de expirar dijo que sí con la cabeza.  Mi abuelo murió como yo creo que debe hacerlo todo el mundo,consciente, pues unos segundos bastan para arreglar los asuntos internos de cada uno de nosotros, y que solo nosotros sabemos.

 

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