Sacsayhuaman.Copiado a María Dolores de Burgos
viernes, 1 de noviembre de 2013
Esto que voy a contar es la pura verdad, sin exageraciones ni mentiras.
Aunque pienso que mucha gente no me creerá o pensará que estoy un poco loca.
Pero a estas alturas de mi vida, y habiéndome pasado tantas cosas, ya se me
importa una higa lo negativo que la gente pueda pensar de mí.
Yo fuí al Perú hace unos años, cuando aún vivía mi padre. Cuando se quedó viudo , como tenía muy buena salud aunque ya era nonagenario, quiso seguir viviendo con su perro en la casa que ocupaba con mi madre, pero ya cuando se puso enfermo nos lo trajimos para casa. Mi padre era encantador y se llevaba de maravilla con Paco, pero con él con nosotros no podíamos viajar, como teníamos por costumbre hacer al menos una vez al año, y lo hacíamos por separado. El una vez se fué a su tierra natal, Marruecos, con el coche, y yo otro año me fuí al Perú, lugar que siempre me había apetecido conocer. Las ruinas y sitios con historia siembre me han gustado mucho.
Iba con una agencia de viajes, pero no con un grupo. Salí de Palma con el baucher -algo así como las acreditaciones y papelotes de mi agencia de viajes en Palma, de acuerdo con la agencia peruana que tenía que ocuparse de mí en tierras americanas- e hice escala en Madrid, allí tomando el avión hasta Lima.
Todo fué muy bien, la agencia era muy profesional y en el aeropuerto limeño me estaba esperando un representante de mi agencia española que trabajaba con la correspondiente de allí, un peruano tremendamente responsable y a quien mis problemas posteriores pusieron de los nervios, al menos por lo que sudaba cuando vinieron los líos. Yo luego escribí a sus jefes para que le dieran las gracias por las molestias que le ocasioné.
Como Lima tiene poca cosa que ver, al día siguiente me embarcaron en un avión hacia El Cusco, y como que las montañas eran cada vez más altas, el último tramo lo hice en un todoterreno con un chófer local, también de la misma agencia.
Los Andes son una preciosidad, enormes y mejestuosos, recorridos por los típicos «caminitos de indio», que no son caminos como los corientes ,sino que están hechos de una sola hilera de piedrecitas.
Lo que hicieron conmigo estaba muy bien pensado. Yo tenía en El Cusco un hotel estupendo en el centro de la preciosa ciudad, y las excursiones las hacía en un autocar, cada día uno distinto, lleno de gente -la mayoría joven- de distintos países de habla hispana de toda América del Sur. Eran muy divertidos y nos lo pasábamos en grande. Yo era la única española en estas expediciones.
Yo fuí al Perú hace unos años, cuando aún vivía mi padre. Cuando se quedó viudo , como tenía muy buena salud aunque ya era nonagenario, quiso seguir viviendo con su perro en la casa que ocupaba con mi madre, pero ya cuando se puso enfermo nos lo trajimos para casa. Mi padre era encantador y se llevaba de maravilla con Paco, pero con él con nosotros no podíamos viajar, como teníamos por costumbre hacer al menos una vez al año, y lo hacíamos por separado. El una vez se fué a su tierra natal, Marruecos, con el coche, y yo otro año me fuí al Perú, lugar que siempre me había apetecido conocer. Las ruinas y sitios con historia siembre me han gustado mucho.
Iba con una agencia de viajes, pero no con un grupo. Salí de Palma con el baucher -algo así como las acreditaciones y papelotes de mi agencia de viajes en Palma, de acuerdo con la agencia peruana que tenía que ocuparse de mí en tierras americanas- e hice escala en Madrid, allí tomando el avión hasta Lima.
Todo fué muy bien, la agencia era muy profesional y en el aeropuerto limeño me estaba esperando un representante de mi agencia española que trabajaba con la correspondiente de allí, un peruano tremendamente responsable y a quien mis problemas posteriores pusieron de los nervios, al menos por lo que sudaba cuando vinieron los líos. Yo luego escribí a sus jefes para que le dieran las gracias por las molestias que le ocasioné.
Como Lima tiene poca cosa que ver, al día siguiente me embarcaron en un avión hacia El Cusco, y como que las montañas eran cada vez más altas, el último tramo lo hice en un todoterreno con un chófer local, también de la misma agencia.
Los Andes son una preciosidad, enormes y mejestuosos, recorridos por los típicos «caminitos de indio», que no son caminos como los corientes ,sino que están hechos de una sola hilera de piedrecitas.
Lo que hicieron conmigo estaba muy bien pensado. Yo tenía en El Cusco un hotel estupendo en el centro de la preciosa ciudad, y las excursiones las hacía en un autocar, cada día uno distinto, lleno de gente -la mayoría joven- de distintos países de habla hispana de toda América del Sur. Eran muy divertidos y nos lo pasábamos en grande. Yo era la única española en estas expediciones.
Una de estas visitas era a la fortaleza y pirámide de Sacsayhuaman.
Cuando subí al bus me encontré con que el pasaje no era tan juvenil como otrasveces, pero había de todo. Enseguida congeniamos, y me dí cuenta de que hablaban entre ellos de cosas misteriosas. A mí, como soy medio bruja, me han pasado cosas increíbles y todo esto me gusta mucho, empecé a charlar con ellos. A la hora de comer llegamos a un restaurante en el llano, con unos jardines preciosos, y como el tiempo era estupendo nos sentamos en unas mesas fuera, con grandes parasoles. Yo me senté con algunas parejas jóvenes, y seguimos hablando de temas esotéricos, y enseguida me dí cuenta de que eran «profesionales». O sea, que me habían metido en el bus con una convención de brujos. Yo, encantada. Me lo pasé de miedo, contándole las cosas mías a los de mi mesa, y ellos también. Estaba tan entusiasmada que al rato me dí cuenta que los de las otras mesas se habían callado y me estaban escuchando con interés.
Cuando subí al bus me encontré con que el pasaje no era tan juvenil como otrasveces, pero había de todo. Enseguida congeniamos, y me dí cuenta de que hablaban entre ellos de cosas misteriosas. A mí, como soy medio bruja, me han pasado cosas increíbles y todo esto me gusta mucho, empecé a charlar con ellos. A la hora de comer llegamos a un restaurante en el llano, con unos jardines preciosos, y como el tiempo era estupendo nos sentamos en unas mesas fuera, con grandes parasoles. Yo me senté con algunas parejas jóvenes, y seguimos hablando de temas esotéricos, y enseguida me dí cuenta de que eran «profesionales». O sea, que me habían metido en el bus con una convención de brujos. Yo, encantada. Me lo pasé de miedo, contándole las cosas mías a los de mi mesa, y ellos también. Estaba tan entusiasmada que al rato me dí cuenta que los de las otras mesas se habían callado y me estaban escuchando con interés.
A mí aquello me gustó mucho y lo encontré muy halagador, y algunos me
dijeron que yo sería una buena chamana, y que si me quedase en el Perú una
temporada, me enseñarían.
Aquello me hizo mucha gracia,y les dí las gracias y les dije que era imposible, que tenía que volver a España, pues si llamaba desde Perú a mi marido diciéndole que me quedaba para aprender a ser chamana, cogía el primer vuelo y me llevaba a casa cogiéndome por el cogote.
Luego supe que el guía, un tipo barbudo y muy moreno, delgado, también era un brujo. Eso de que hubiera caído tan bien a los otros pareció molestarle, pues me miraba con mala cara, pero no hice caso.
Yo iba sentada al lado de una bruja argentina rubia,joven, delgada y guapa, vestida muy moderna y que viajaba con su marido, también del gremio.
Nadie de aquella gente tenía pinta rara.
La chica se confió a mí y me dijo estar muy preocupada porque su marido -que éste sí tenía un aspecto algo inquietante, a lo mejor por lo que me dijo ella…- pues que aél,ultimamente,lehabía dado por la magia negra(la que se hace supuestamente con intervención diabólica) y que eso no le gustaba nada, que si seguía por ese camino ella pensaba divorciarse.
Yo le dije que tuviera cuidado, que era un terreno peligroso.
El julay del marido era también moreno y delgado, iba afeitado y estaba más serio que una patata, sin hablar con nadie y con la mirada perdida. La verdad es que como simpatico, pues nada.
Cuando llegamos a Sacsayhuaman y bajamos del bus, nos encontramos en medio de un mercadillo típico de los indios, -quechúas y aimarás-, que vendían mantas preciosas, de las que compré dos, jarritas, platos y demás objetos muy bonitos y con un colorido típico de los indígenas de aquellas tierras. También compré jarritas y platos para regalar.
Pues empezamos el recorrido visitando ese sitio tan interesante, una fortaleza y un lugar alto a modo de pirámide.
Desde luego, ése no era mi día, pues me empezaron a pasar cosas raras. Me lo había pasado muy bien antes, pero al comenzar la ascensión por aquellas piedras, que encajan al milímetro hasta el punto en que no se puede meter ni una hoja de afeitar entre ellas -increíble pero cierto-, pues me viene una señora muy bien vestida de otro grupo de la tercera edad más o menos, que pululaba por allí, y me da un ramillete de unas hojas redonditas, de un verde precioso,recién lavadas, así como del volumen de los ramitos de perejil que en España regalan en los mercados de abastos, diciéndome que como ve que no soy de allí, para no padecer el mal de altura (en mi vida lo he tenido, ni en el Himalaya) ni fatigarme, que me lo comiese. Me lo explicó mal, pues lo que hay que hacer es mascar las hojas, y luego escupirlas. Pues como era mi primera experiencia con las hojas de coca, me lo comi entero como si fuede una vaca pastando feliz en un prado verde. Yo al principio no sentí nada, pero luego me invadió una sensación de felicidad tramenda.
Visité aquellas ruinas saltando de piedra en piedra como una cabritilla. Normalmente hubiera ido con cuidado, como los otros, pero yo me sentía tan segura que no vacilaba, cosa que ocurre cuando no se tiene ningún miedo. Vaya, que llevaba un colocón de primera.
Poco a poco se me fué pasando algo, y el día empezó
a caer. El sol estaba bajo cuando los brujos y yo,conducidos por el brujo guía,
llegamos a la cúspide de la pirámide. Yo le dije a nuestro pastor que les
esperaría allí, pues me sentía algo cansada, y me dijo que me recogerían al
volver.Aquello me hizo mucha gracia,y les dí las gracias y les dije que era imposible, que tenía que volver a España, pues si llamaba desde Perú a mi marido diciéndole que me quedaba para aprender a ser chamana, cogía el primer vuelo y me llevaba a casa cogiéndome por el cogote.
Luego supe que el guía, un tipo barbudo y muy moreno, delgado, también era un brujo. Eso de que hubiera caído tan bien a los otros pareció molestarle, pues me miraba con mala cara, pero no hice caso.
Yo iba sentada al lado de una bruja argentina rubia,joven, delgada y guapa, vestida muy moderna y que viajaba con su marido, también del gremio.
Nadie de aquella gente tenía pinta rara.
La chica se confió a mí y me dijo estar muy preocupada porque su marido -que éste sí tenía un aspecto algo inquietante, a lo mejor por lo que me dijo ella…- pues que aél,ultimamente,lehabía dado por la magia negra(la que se hace supuestamente con intervención diabólica) y que eso no le gustaba nada, que si seguía por ese camino ella pensaba divorciarse.
Yo le dije que tuviera cuidado, que era un terreno peligroso.
El julay del marido era también moreno y delgado, iba afeitado y estaba más serio que una patata, sin hablar con nadie y con la mirada perdida. La verdad es que como simpatico, pues nada.
Cuando llegamos a Sacsayhuaman y bajamos del bus, nos encontramos en medio de un mercadillo típico de los indios, -quechúas y aimarás-, que vendían mantas preciosas, de las que compré dos, jarritas, platos y demás objetos muy bonitos y con un colorido típico de los indígenas de aquellas tierras. También compré jarritas y platos para regalar.
Pues empezamos el recorrido visitando ese sitio tan interesante, una fortaleza y un lugar alto a modo de pirámide.
Desde luego, ése no era mi día, pues me empezaron a pasar cosas raras. Me lo había pasado muy bien antes, pero al comenzar la ascensión por aquellas piedras, que encajan al milímetro hasta el punto en que no se puede meter ni una hoja de afeitar entre ellas -increíble pero cierto-, pues me viene una señora muy bien vestida de otro grupo de la tercera edad más o menos, que pululaba por allí, y me da un ramillete de unas hojas redonditas, de un verde precioso,recién lavadas, así como del volumen de los ramitos de perejil que en España regalan en los mercados de abastos, diciéndome que como ve que no soy de allí, para no padecer el mal de altura (en mi vida lo he tenido, ni en el Himalaya) ni fatigarme, que me lo comiese. Me lo explicó mal, pues lo que hay que hacer es mascar las hojas, y luego escupirlas. Pues como era mi primera experiencia con las hojas de coca, me lo comi entero como si fuede una vaca pastando feliz en un prado verde. Yo al principio no sentí nada, pero luego me invadió una sensación de felicidad tramenda.
Visité aquellas ruinas saltando de piedra en piedra como una cabritilla. Normalmente hubiera ido con cuidado, como los otros, pero yo me sentía tan segura que no vacilaba, cosa que ocurre cuando no se tiene ningún miedo. Vaya, que llevaba un colocón de primera.
Sí, si….. el maldito se fué sin mí,. Debieron bajar por otro lado, y cuando me dí cuenta estaba cayendo la noche, los indios habían encendido farolitos allá abajo y yo estaba encima de una pirámide , con unos peldaños bastante altos que bajar, y sin nadie a mi alrdedor (mejor, pensaba yo, pues en aquellas circunstancias estaba muy vulnerable, sin conocer a nadie y en ese sitio).
Me armé de valor, bajé como pude porque el efecto de la coca se había esfumado, y me dí cuenta de que el bus había partido dejándome allí tirada y sola. Yo, que no soy cobarde, pensé que rodeada de indios estaba segura, y fuí a otro bus que estaba a punto de partir. Le dije al guía lo que me había pasado y me dijo que fuera con ellos, que me llevarían al lodge donde me alojaba,que estaba en un parque. Le hubiera besado de agradecida que estaba.
Por fin llegué a mi bungalow y me acosté, pues estaba hecha migas de tanto charlar, tanto saltar y sobre todo de los apuros finales, cuando aquel cabronazo me dejó allí tirada.
Cuando viajo, como extraño mucho las camas y al día siguiente me venían a buscar temprano,me tomé un somnífero bastante fuerte. ¡Nunca lo hubiera hecho!. El efecto de la coca, que de alguna manera persistiría, se me juntó con la otra droga y empecé a tener una especie de delirium tremens que solo se lo deseo a mis peores enemigos. Yo no sabía si estaba despierta o dormida, y pasé una noche de Caín, vomitando y más p’allá que p’acá
Al día siguiente estaba mejor, pero tuve que quedarme en los bungalows.
Llamé a mi guía y le expliqué lo sucedido (no le dije que un brujo me había echado mal de ojo, porque igual me tomaba por una chiflada, lo que realmente era bastante verdad), y me pasé un par de días enmedio de los Andes, montañas enormes y preciosas, en el valle de Sacsayhyuamán.
El resto ya lo conté en otra ocasión. Los indios cuidaban de mí, y hasta me trajeron libros. Uno sobre las barbaridades que habían hecho los españoles, pero no me enfadé nada. Tenían razón. Me asombró lo concienciados que estaban en esto.
Cuando abría la ventana por la mañana, venía una llama blanquísima (las deben cepillar a diario) y metia por mi ventana toda su cabezota y su largo cuello, cosa que a mí me encantaba.
César, que era un indio quechúa típico, con su gorrito con orejeras para el invierno, de lana de colorines, era como el jefe del lugar, y no había más turista allí que yo y César estaba muy preocupada por mi bienestar. Yo no me aburrí nada, pues además de las lecturas reivindicativas tenía una tele, pude seguir los debates del Congreso, que me entretenían mucho.
Hasta un día César me dijo si quería que su mujer y las demás mujeres del pueblo me hicieran compañia por la noche,porque «¡estaba tan sola!» y le dije que no, que muchas gracias. Que no estaba sola, que estaba él, un chico jardinero y las llamas. ¡Madre mía, yo que tengo el sueño tan difícil, solo me faltaba que se me llenara la habitación de indias cantando salmodias!
Pero eran encantadores.
Como mi viaje ya tocaba a su fin, al cabo de tres día me vinieron a buscar de la Agencia de Lima en un todoterreno para llevarme al Aeropuerto, y me recorrí kilómetros por los Andes yo solita en lo que encontré una excursión preciosa.
La verdad es que fué un viaje emocionante.
Yo, después de la terrible noche, llamé a Paco y le dije lo que me había pasado. De los brujos me callé y esperé a estar en casa. Hice bien, pues con lo que le conté ya se asustó mucho. Yo repetía que ya estaba muy bien y con gente cariñosa,y eso no le tranquilizaba nada. Se enfadaba y me decía que como podía estar tan tranquila a miles de kilómetros de casa, y yo le contestaba que era mejor así, y que era él el que tenía que tranquilizarse, histérico como estaba el pobre hombre.
La verdad es que guardo muy buen recuerdo de este viaje tan emocionante (¡!¡) y de los indios que tan bien me trataron. Menos el brujo malage, todo fué