La gente medieval dormía de otra manera: ¿por qué dejamos de hacerlo?
En el pasado la gente solía dormir en dos tramos durante la noche, y aprovechaba para rezar, ir a visitar a sus vecinos o charlar en la cama y compartir confidencias
Hay pocas cosas en la vida en la que toda la humanidad se ponga de acuerdo, a pesar de que en estos tiempos pandémicos hemos podido observar con perplejidad cómo el mundo entero se confinaba y aplicaba unas medidas similares. Una de las pocas cosas en las que coincidimos todos, provengamos de donde provengamos, es en aquello de dormir, lo hagamos mejor o peor. Todos (siempre que podemos) elegimos la noche para ello, por razones obvias, y descansamos tumbados, en lugares mullidos e ideales para buscar el sueño. ¿Siempre fue así? En realidad, tenemos pruebas de que no. Las ocho horas reglamentarias que en tantas revistas nos aseguran que son algo así como la llave para conseguir la vida eterna y el cutis más bello, son en realidad una cosa relativamente moderna. No es algo que digamos nosotros, sino que se lleva estudiando desde hace tiempo.
Según Roger Ekirch, historiador del sueño de la Universidad de Virginia, el patrón del sueño dominante desde tiempos inmemoriales era en realidad bifásico. En otras palabras, nuestros antepasados dormían en dos bloques de cuatro horas (así que, en el fondo, cumplían también aquello de las ocho horas. Aunque de manera diferente). Ekirch estaba estudiando registros que abarcaban la Edad Media y la Revolución Industrial cuando se topó en varias ocasiones con las palabras 'primer sueño'. Así descubrió que se dormía en dos bloques ¿Y qué hacían entre medias? "Estos dos bloques estaban separados por un periodo de vigilia que duraba una hora o más", explicó el historiador en otra ocasión. "Durante ese tiempo algunas personas se quedaban en la cama, rezaban, pensaban sobre sus sueños o hablaban con sus parejas. Otras, en cambio, se levantaban y realizaban diversas tareas, e incluso visitaban a sus vecinos antes de volver a la cama".
Se sabe de muchos personajes históricos (Leonardo da Vinci, Edison, Nikola Tesla...) que dormían unas cuatro horas por noche y después se echaban una pequeña siesta a lo largo del día.
En los conventos de clausura se sigue cumpliendo esta costumbre, porque en casi todos se levantan a medianoche a rezar y luego vuelven a la cama a seguir durmiendo.
Y viene de largo.
Por supuesto, Ekirch no sacó sus conclusiones de la nada, sino que estudiando registros que abarcaban la Edad Media y la Revolución Industrial se topó en varias ocasiones con las palabras 'primer sueño'. Según los testimonios, que se remontan a la 'Odisea' de Homero, y llegan hasta los 'Cuentos de Carterbury' de Chaucer, esta costumbre estaba totalmente extendida, hasta que, de pronto, dejamos de hacerlo. No todos necesitamos dormir ocho horas a diario. (Robert Recker/Corbis)
Dormir ocho horas seguidas por las noches no es la norma, es un mito
Miguel Ayuso
Pero, además de estas obras, también descubrió que cientos en cartas, diarios, libros de texto médicos, escritos filosóficos, artículos de periódicos y obras de teatro hablaban de lo mismo. Y lo más sorprendente es que el hábito no se reducía a Europa, sino que también estaba extendido por África, el sur y el sudeste de Asia, Australia, Sudamérica y el Medio Oriente.
Y de pronto se olvidó, como otras costumbres extendidas o esos objetos particulares que se encuentran en las excavaciones arqueológicas y nos hacen parpadear perplejos por lo que nuestros antepasados hacían. Pero, ¿por qué 'pasó la moda'?
Luz, más luz
Ya lo dijo Goethe antes de morir. Parece bastante claro que la invención de la luz artificial fue la que modificó una costumbre tan arraigada en la sociedad mundial. Según el propio Ekirch, las bombillas alteraron para siempre la relación del hombre con la noche, que pasó a ser ese período de tiempo que prolongaba el día. Durante ella se podía acudir a reuniones sociales, al bar o al teatro.
Se podían hacer cosas antes imposibles, como salir por la noche, que antes era muy peligroso y solo se hacía por alguna necesidad imperiosa, pues había que moverse con hachones porque en las ciudades no se veía ni torta. Igual te caías en cualquier agujero o te asesinaban antes de que te dieses cuenta.
La luz eléctrica arregló todo esto.
Pero, ¿a que era más bonito andar un poco bajo la luz de la luna y las estrellas, oliendo los jazmines del verano?