Yo he conocido a mucha gente con manías extrañas. Por ejemplo, una temporada me escribí con una señora inglesa que vivía en un pueblo, quien me dijo en su primera carta que por favor, nunca mencionase para nada a los pájaros, que no le enviase imágenes de pájaros, ni fotos ni dibujos donde saliese ni un solo pájaro,¡ y que ni siquiera hubiera uno de estos animalitos en el sello!. Yo me quedé bastante sorprendida, pero pense que esta mistress tenía fobia pajaril; no sé cómo se dirá en lenguaje psiquiátrico.
He conocido a dos personas cercanas a mí con fobia a las aceitunas. Una de ellas, un señor amigo de un jefe que tuve, hotelero, que se ponía enfermo y no podía ir al bar porque si veía algún platillo con huesos de aceitunas le entraban arcadas. Otro, un chico de un club de excursionismo, también las odiaba, pero éste ya cuando estaban sin comer, así, verdecitas e intocadas, brillantes.
Durante un tiempo salí con un chico que tenía horror a los tomates. Eso de que alguien partiera un tomate delante de él y ver las pepitas y la pulpa le ponía malo. Yo siempre le decía que a mí tampoco me gustaba comerme eso, pero que bastaba con desecharlo y comerse el tomate aliñado con aceite y sal. Pues no, ni así. El recuerdo de las tripas tomateras le revolvía el estómago.
Yo he conocido a mucha gente rara. No creo ser una excepción. Pienso que todos y cada uno de nosotros ha conocido gente con manías raras, y si escarbasen en su memoria encontrarían verdaderas perlas. Otro día seguiré contando cosas de “gente rarilla”.
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