Andaba
Adán por el Paraíso cogiendo una fruta de aquí, ahora una brizna de hierba de
allá, y mordisqueándola proseguía su camino viendo el cielo, el sol y los
pájaros . Era feliz porque era lo natural.
Llegó
ante el árbol de la Ciencia del Bien y del Mal y allí, enroscada en su tronco,
estaba la serpiente. Larga, gorda y brillante. Cuando le vió levantó la cabeza
y sus anillos se desplazaron levemente con un ruido de escamas.
-Quiero
algo más que lo que tengo- dijo Adán, expresándose toscamente, pues no sabía
que era feliz. –Quiero algo más que
comer, correr, bañarme , dormir y follar. Quiero algo que no sé lo que es.
Como
siempre había sido feliz ignoraba muchas cosas. No apreciaba el tumbarse
cansado a dormir viendo millones de estrellas sobre su cabeza, ni el rumor del
agua del arroyo, ni el frescor de la
hierba mojada de rocío bajo sus pies.
La
serpiente era astuta y existía hacía millones de años.
-Tú lo
que deseas y lo ignoras es la Sabiduría. Para eso debes comer del fruto de este
árbol, que es el único de su especie en el Paraíso. Es el Arbol de la Ciencia
del Bien y del Mal.
Adán no
entendió nada, pero comió la fruta, y no le pareció ni mejor ni peor que las
otras.
Luego
se olvidó de lo que había hecho, del árbol y de la serpiente, y continuó
viviendo como siempre.
Pasó el
tiempo y se convirtió en jefe de una familia. Tenía hijos, nueras, nietos y la
Humanidad empezaba a caminar.
Hacía
ya tiempo que notaba algo raro. El día que le hicieron La Gran Injusticia se
asustó.
-¡Esto
es terrible! ¿Qué me pasa?. Antes, cuando me hacían mal, me enfurecía y hacia
prevalecer mis derechos. Ahora, mi brazo se ha vuelto débil y débil es también
mi voluntad. Y no son los años, pues la vejez no existe aún para mí.
En
efecto, no existían la Vejez ni la Muerte. Pero ahora Adán vió con horror que
no podía odiar ni vengarse de quien le perjudicaba, porque se ponía en su lugar.
Lo veía todo del lado de su enemigo, y sus razones le parecían tan válidas como
las suyas. A veces también le parecían las suyas absurdas, y automáticamente igual
se le antojaban las de su contrincante.
-¿Cómo puedo vengarme de alguien
que tiene razón? Solo una parte de la razón, porque la otra la tengo yo. Pero
la suya es tan válida como la mía. …
Esto le ocurrió varias veces, y
en su tribu dudaban de su buen juicio y decían que algo raro le debía ocurrir.
Otra vez tuvo que juzgar en un
litigio. Las dos partes expusieron sus razones pero le volvió a ocurrir lo
mismo. Todo estaba equilibrado. Lo que decía el uno contra el otro era cierto,
pero si en algo había faltado uno de ellos era por un motivo justificado, o así
le parecía al desconcertado Adán. Los miraba y leía en sus corazones , y en
ambos veía lo mismo: Amor, odio, bondad, maldad, soledad, mezquindad,
generosidad…
-¿Con
qué derecho los puedo juzgar si son iguales a mí , iguales a mi mujer, a mis hijos, a quienes
tan bien conozco, iguales a todo el mundo?
Y
se desesperaba, y los suyos se reían de él.
Una
vez tuvo que convencer a su gente de hacer unas mejoras en el poblado, pero a
la vez que hablaba con gran elocuencia, por dentro iba riéndose de sí mismo y
diciéndose que todo aquello era verdad, pero que lo contrario también. Siguió
su discurso sobre lo que era conveniente y lo que no, pero todo le parecía que
tenía dos facetas . Lo bueno tenía cosas malas, y lo malo buenas, y tanto
pesaba en su ánimo lo uno como lo otro.
Llegó
a verlo todo. Veía las razones internas de las personas, sus pensamientos, el
por qué hacían esto o evitaban lo otro. Los motivos ocultos de sus malos actos
, que ellos mismos se hubieran sorprendido e indignado si alguien se lo hubiera
dicho.
-Esto
es horrible- se dijo un día Adán desesperado.-¡No puedo más!
Y
volvió adonde estaba la serpiente.
La
encontró enroscada en el tronco del Arbol de la Ciencia del Bien y del Mal, en
la misma postura en que la dejó años atrás., como si solo hubieran pasado unos
minutos.
-¡Quiero
volver a ser ciego y feliz!¡No quiero verlo todo!
-¡Ah!
¿Conque ya sabes lo que es ser feliz?
¿No decías que te faltaba algo?. Ahora lo tienes todo. Y el cielo, el agua del
arroyo y la hierba fresca bajo tus pies son las mismas de siempre.
-¡No
para mí!. Ahora oigo el agua correr y antes no me daba cuenta. La oía sin
enterarme. Ahora la oigo pero no puedo disfrutar de ella. Antes las estrellas
del cielo me daban lo mismo y estaban allí porque no podían estar en otra
parte. Ahora me maravillan pero me angustian. Y la hierba fresca la siento bajo
mis pies por vez primera pero es como si pisara brasas. Miro con envidia al leopardo
retozar sobre ella y ya no puedo hacer lo mismo. Yo antes era como el leopardo.
-Pero
has comido de la fruta del Arbol de la Ciencia del Bien y del Mal y a partir de
entonces fuiste un Hombre, no un Leopardo. Esta es tu desgracia.
Y
la serpiente movió imperceptiblemente sus anillos con un ligero rumor de
escamas. Cerró los ojos y posó su pesada cabeza sobre una rama de su Arbol,
dispuesta a dormir durante millones de años.
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