Cuando yo me pongo a hacer barbaridades, las hago gordas. No me pongo por poco, como dicen los mallorquines. Por ejemplo, ahora hace más o menos un año que me dio por suicidarme. Tenía unas depresiones muy fuertes y se me metió en la cabeza que las tendría ya siempre más y que mi vida no valía la pena.
Cuando escribo estas cosas, y las que seguirán, lo hago con la certidumbre de que no me hago ningún favor contandolas, que otros se callan, y que mi fama de loca va a aumentar y que como decía nosequién cuyo nombre no recuerdo , “contar intimidades es muy bueno para desahogarse pero fatal para nuestra reputación”. Pero como a estas alturas de mi vida ya se me importa poco la poca reputación buena que me quede, y mis amigos me quieren y me aceptan como soy, pues voy y lo pongo “noir sur blanc”, que diría un francés.
Eso de que mucha gente dice que los suicidas son unos cobardes, no es verdad. Para suicidarse hace falta muchísimo valor, y menos mal que yo no lo tuve, porque ahora estoy bastante bien y me habría perdido muchas cosas agradables que me da la vida. Pero entonces estaba desesperada. Decidí tirarme a la calle desde el ático en que vivo el año pasado el día de Nochevieja. No por nada en particular, sino porque a esas horas por la calle hay pocos paseantes, todo el mundo está en una sala de fiestas o en casa de amigos o parientes para festejar cuando cae la bolita, memez para mí siempre incomprensible.
Esa noche Paco, que tampoco es muy de celebraciones absurdas, estaba en el bar de abajo, que se llama Alfil porque es un club de ajedrecistas, jugando al ajedrez. O sea que si yo me tiraba por donde tenía pensado, a una parte de la calzada donde no había cables eléctricos, toldos ni nada que me amortiguase el golpe, porque lo que yo quería era matarme y no quedarme parapléjica, iba a caer justamente delante de esa cafetería. Yo pensaba que era una putada gorda hacerle eso a Paco, quien me vería espachurrada y hecha una mierda total agonizante delante de sus narices, cuando estaba tranquilamente moviendo peones de aquí para allá. Pero no estaba para detalles de buen gusto, y si se tenía que enterar, lo tendría que hacer de golpe y porrazo, nunca mejor dicho. No escribí nota de despedida ni nada. Solo me quité el peluco, que me costó una indecencia en su día, porque me daba pena que se hiciese migas un objeto tan bonito. El que me hiciese migas yo no me importaba nada, porque era lo que pretendía, y no sentía entonces ningún apego a mi cuerpo serrano.
Salí a la terraza, cogí una silla y la puse delante del sitio idóneo para saltar y matarme sin quedarme paralítica. Abajo no había más que asfalto. Me subí a la silla, y luego a la baranda de la terraza. Estaba allí haciendo equilibrios, y no me caía porque lo que pretendía era caerme, y entonces, si no se tiene miedo, no se cae uno. Como los funambulistas. Estaba yo diciendo “uno…dos…tres…”.Y nada. Otra vez volví a acordarme de que mi vida era un terrible padecer, y volvía a intentarlo. Cuando mi pierna izquierda ya salía afuera para caer al vacío, oigo que me llaman:
“.¡¡¡Meeeeeee!!!”
Coño, la Chenta, que me pedía de comer.
Miro a mi gata y pienso que le tengo que dar de comer, que no puedo abandonarla, que no puedo hacer esta putada ni a mis gatas, ni al pobre Paco, tan ajeno a la catástrofe que se había cernido sobre su cabeza unos segundos antes. Y es que los suicidas tienen la disculpa de estar desesperados, sino serían unos egoístas tremendos.
Pues nada, que mi suicidio fallido quedó en agua de borrajas. Ahora estoy mucho mejor, he pasado un buen año y ahora quiero vivir hasta los 100 para ver qué diantres pasa con el cambio climático, los robots inteligentes, los aceleradores de particulas, los clones y otras tantas tonterías que se les ocurren a los humanos. Eso sí, si tengo que vivir hasta muy vieja, que sea con buena calidad de vida, que si no, ná de ná.
El segundo disparate lo hice en otra fecha señalada. Fue un año antes de mi intentona suicidiaria, pero esta vez por Nochebuena. Está visto que las fechas señaladas no me inspiran nunca cosas buenas. Otra vez Paco estaba en la Cafetería de abajo jugando al ajedrez, y esta vez mi ira no se dirigía hacia mi propia persona, sino contra mi señora madre, que espero me haya perdonado ya a estas alturas, y aunque le haya costado desde el otro mundo, pues ya hace más de 10 años que murió, ahora más o menos es cuando puedo yo perdonarla de haberme puteado hasta la saciedad, consiguiendo que yo, que no sabía lo que era una depre, lo llegara a saber tanto, gracias a sus “buenos” oficios, que como ya he relatado, estuvo a punto de salir de este mundo por la vía rápida en varias ocasiones, siendo la más seria la que acabo de contar. Espero que mi mamá desde el más allá, (si existe, q ue me parece que sí, por cositas que me han pasado) me perdone, igual que yo la perdono, y descanse en paz.
Pues la burrada que hice ese día de Nochebuena tuvo algunas semejanzas con la que antes he contado.Me aseguré de que la calle estuviese desierta (otro dia en que la gente se reune en familia, que yo no puedo hacer lo mismo, porque no la tengo, al menos a mano). Mi padre hacía poco que había muerto, y los últimos años de su vida los pasó en casa con nosotros. Yo no hubiera querido por nada del mundo meterle en una residencia, pues dado su carácter se hubiera muerto al mes de pena, y se quedó con nosotros. Yo a mi padre lo adoraba. Todos los buenos momentos de mi infancia y juventud, que fue bastante chunga, estaban asociados con él. Además, no se quejaba nunca, pues tenía, como militar, una educación castrense de no lamentarse nunca. O sea que no daba nada la lata. Yo le preparaba comiditas y Paco también, y éste, además, le llevaba al médico y le cuidaba tan bien como si hubiese sido su propio padre. Y es que Paco es un santo que no me merezco. Mucha gente me dice esto, y a mí me cabrea bastante, pues si lo digo yo está bien, pero si lo dice otro, yo estoy entendiendo de forma subliminal: “No te mereces un marido así, una mala pécora como tú, qué suerte has tenido”.
Pues siguiendo con mi padre, yo le preparaba todas las noches un “croque monsieur” (sándwich caliente de jamón y mantequilla) , un vaso de leche y fruta o helado.Cada vez me daba las gracias.
Dormía en una habitación que era mi leonera, que es donde ahora estoy escribiendo en el ordenata, que parece un zoco moruno como el resto de mi casa, y que entonces era su dormitorio. El, pobre no me cambio casi la decoración. Solo puso 5 enormes retratos de su adorada esposa, mi madre. Eran tan grandes que, puestos encima de la cama y en el armario, aquello parecía una iglesia ortodoxa griega con sus santos, y yo lo llamaba “el iconostasio”.
Una vez que mi padre hubo muerto, a mí ver aquellos retratos de mi madre mirándome fijamente desde las paredes me daban yuyu,y un mal rollo que no veas, y además yo quería redecorar mi leonera a mi modo. Esa Nochebuena me dio un repente loco.
Repito que Paco estaba abajo en el bar jugando al ajedrez, ajeno a mis alocados propósitos. Pues yo cogí los cinco cuadros, que cada uno pesaba varios kilos, ya dije que eran enormes, Los saqué a la terraza, miré abajo para cerciorarme de que no pasaba un alma, y primero tres, y después los otros dos, los tiré al vacío. Cayeron con un estruendo espantoso.¡¡PAM,POM,CRASH,POM,POM;POM!!! Resonó en todo el barrio. La gente salía a las ventanas y balcones. Pero yo, amparada en la oscuridad, pues no había encendido la luz de la terraza, miraba todo con una sensación de satisfacción grande. Paco salió corriendo dejando su partida, y también su contrincante, y lo que vió le dejo turulato. Los retratos de la que fue su suegra en medio de la calzada, entre marcos y cristales rotos. Enseguida supuso lo que yo había hecho. Subió corriendo pálido y yo le dije todo.
Al poco llegó la Policía. Oímos la sirena y enseguida llamaron a nuestro timbre, y a los otros timbres de los demás vecinos. Paco salió a abrir y se encontró con un madero que llevaba en la mano una enorme foto de mi madre, uno de los retratos defenestrados.
-¿Conoce usted a esta mujer?-preguntó el poli.
-N-nooo-no.-dijo Paco.
Y así Paco mintió por primera o segunda vez en su vida, negando a su suegra como Pedro en el patio de casa de Pilatos.
El poli se fue a continuar sus averiguaciones y yo estaba contentisima con mi gamberrada. Además, como mi madre JAMAS se dignó poner un pie en mi casa, pues odiaba a Paco, y a mí esta actitud suya me dolió muchísimo (y otras cosas que omito, y que fueron causa de mis depresiones),pues estaba tranquila de que nadie la iba a reconocer,ya que mis papis vivían en otra barriada.
Paco supongo que tuvo ganas de retorcerme el pescuezo pero no lo hizo, si no no estaría ahora escribiendo la historia de algunas de mis barbaridades.
Lo único que me dijo al día siguiente, es que nunca, nunca, desde que me había conocido, se había aburrido ni un solo día, y que el vivir conmigo era una continua emoción.
No aconsejo a nadie que siga mi ejemplo, pues es cosa deloc@s, pero ahora ya me he vuelto una persona sentata y juiciosa, y desde entonces no he vuelto a hacer barbaridades de este calibre.
Amén, amén.
**************
No hay comentarios:
Publicar un comentario