El bolso de marras |
Mi padre, desde muy niña me inculcó sus dos mejores cualidades: El valor y la honradez.
También hay que decir que mi padre era militar, y que estas virtudes castrenses hubieran pegado mejor si yo hubiera sido un chico, pero a mí me vinieron estupendamente.
Así, cuando tenía que ir al dentista, me armaba de valor e iba yo sola, riéndome de mi madre, quien una visita a este médico horrorizaba.
También tengo que decir que mi padre me había enseñado que si me ponía envarada todos los dolores eran mayores, y que si conseguía relajarme, llegaría a no sentir nada.
Pues era verdad, y eso que mi padre no había practicado budismo zen. Años más tarde lo descubrí yo, al zen, y era lo mismo que mi padre me había dicho.
Yo llegué a aguantar sin sentir dolor el que me arrancaran una muela cuando ya la anestesia estaba "pasada", y solo sentir que hacía "crec crec crec", cosa que da mucha grima, pero yo tan fresca. Estaba tan relajada que me parecía que mi cuerpo flotaba por encima del sillón y de mi misma persona, y estaba la mar de feliz.
También mi padre, que tenía algunas cosas raras, cuando a los 15 años terminé el Bachillerato Superior y dejé el maldito colegio, decidió que mi educación no estaba completa si no sabía manejar armas de fuego, y una tarde me llevó al Polvorín de Puntiró, del que era el jefe, y me enseñó a montar y disparar una pistola del 9 corto, un fusil y una metralleta Star Z-45. la predecesora de las Kalachnikov , Yo disparaba a unos blancos que había en el fondo del valle, que Puntiró lo era, y allí no había un alma, más que nosotros y que un pobre Guardia Jurado que estaba abajo buscando espárragos y que se llevó el susto de su vida al oír los tiros.
Todo esto con lo que respecta al valor, que me lo pasé estupendamente.
En lo que respecta a la honradez, mi experiencia no fué tan gratificante.
Cuando ya no trabajaba en el Servicio de Armamento de Aviación, y era la Jefa de la Oficina de Turismo en el Aeropuerto, una tarde que había poca gente y fuí a comprar una revista al kiosco, la chica que atendía me dió un maletín de esos llamados "de ejecutivo", de cuero marrón, muy bonito, y me dijo que se lo habían dejado allí, si quería hacerme cargo de él, , que a ella le daba "cosa" tenerlo allí. Yo lo cogí y me fuÍ al lavabo grande para abrirlo cómodamente, y lo que vi me dejó estupefacta . Al abrirlo vi que allí había una fortuna. Divisas y más divisas. Billetes de miles de dólares, marcos, francos suizos...¡Madre mía!!!. Había también un pasaporte USA, a nombre seguro del propietario de aquel tesoro.
Ante tanta maravilla mi demonio interior por primera vez me dijo que lo cerrara , que me fuera a mi trabajo y que allí lo escondiera, para llevármelo después a casa.
Pero enseguida me dí cuenta de que no podía hacerlo, y, cerrándolo y dejando el wc, me encaminé a la Comisaría , que estaba allí mismo, y les dije que me había encontrado aquello en el lavabo.
Lo abrieron, y también se quedaron pasmados, todos mirábamos a aquel pastizal.
Dijeron, bueno, lo guardaremos a ver si viene su dueño a por él.
Yo me senté allí un poco, y enseguida ví al propietario de "aquello" llegar, y al instante reconocí, como dice la copla. Era el clásico hombre de negocios , con su puro en la boca y ese aire de chulería de creerse el amo del mundo.
El Poli que estaba (eran varios) le preguntó que era lo que deseaba, y el hombre dijo que había perdido un maletín, etc.etc. y que era ése, que estaba allí, a la vista pero cerrado.
El tío aquel no estaba nervioso, ni asustado, como si hubiera perdido una caja de Kleenex, por poner un ejemplo.
La Poli le hizo identificarse, y claro que era él. Le dijeron que lo mirase bien, por si le faltaba algo, y que "esta señora" (yo) habia sido quien lo habia encontrado en un lavabo.
Dijo que todo estaba OK, y el agente le indicó si quería hacerme algun (no recuerdo que palabra usó, pero venía a ser una donación, un detalle)hacia mí.
Entonces levantó una ceja, se volvió y miró mi bolso.
Hay que decir que los bolsos me chiflan. Los zapatos no me interesan, los llevo porque algo tengo que ponerme en los pies, y los otros complementos no suscitan en mí grandes pasiones, pero es que los bolsos...
Pues ese día llevaba uno como el que encabeza este post, un Kelly de Hermès que compré en París, y que me costó, al cambio, 500.000 ptas de las de entonces. Hay que decir que ahora, este mismo modelo,de segunda mano, se vende en Internet por casi 10.000 euros.
Dijo el payo:
-Alguien que lleva un bolso así, no necesita que le dé algo...
Y se fué, dando las gracias a los agentes.
Yo estaba que si me pinchaban no me sacaban sangre.
Me levanté, di las gracias a los amables polis, quienes no sabían muy bien qué había pasado, pues de bolsos entendían más bien poco, y me fuí...
Vamos, que mi padre hizo bien su trabajo.
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