La guerra de mi padre. Las
trincheras.El miliciano en el árbol. Las canciones.Guadalajara. La yegua blanca
Mi padre no era dado a contar batallitas. Yo le tenía que
tirar de la lengua, y aún así, me contaba poca cosa. Las que sí nos contaban
eran las Teresianas en el colegio. Siempre estaban aquellas odiosas mujeres
hablándonos de las barbaridades de “los rojos” con las monjas y los curas. A
éstos se los cargaban de un tiro en la nuca en cuanto los cogían. A las monjas,
en cambio, las violaban. La consigna que tenían era:” ¡ Hacedlas madres!”, y
vive Dios con qué entusiasmo se metían en faena. Las teresianas nos los
pintaban como unos demonios, pero como yo odiaba a monjas y clericalla en
general, lo que consiguieron es que los milicianos me cayeran de puta madre.
(con perdón de mis visitantes sudamericanos, pero ya sabéis que los españoles
somos muy mal hablados…
monjas mártires |
A pesar de que mi abuelo era un republicano “enragé”, mi
padre no tuvo otra idea de que el 18 de julio de 1936, día en que el General
Franco dio en Marruecos su golpe de estado, él, que estaba en Sevilla,y a punto
de entrar en la Universidad (creo que iba para médico) va y se afilía a la
Falange de Jose Antonio, hijo del dictador Miguel Primo de Rivera, que gobernó España junto con
el rey Alfonso XII, quien se fue por pies cuando empezó el follón, pues seguramente
lo hubieran matado. Se fue a Roma, se divorció de la reina, la inglesa Eugenia
de Battenberg y no volvió a pisar España. La reina se fue a Lausanne y se
divorciaron, pues no podían ser más diferentes. Alfonso XII era español hasta
las cachas: Mujeriego, amante de la farra y un cantamañanas. La reina –a la que
los españoles llamaban “la pava real”-, era una mujer bellísima, pero muy
inglesa y bastante sosa.Alfonso XII se aburría con ella, y prefería irse de
putas baratas por los barrios de Madrid.
Mi padre no era de irse de putas, ni bebía , a pesar de ser
andaluz (es en lo único que se parecía a Franco). Decía que el vino le daba
asco. Paco el mío siempre ha dicho que alguna vez, de jovencito, debió coger
una pea tremenda, que le sirvió para odiar el alcohol de por vida, pero esto yo
no lo sé, y mi padre, que era muy discreto en lo que respectaba a sus vicios ,nunca
dijo nada.Se pasaba los permisos en la
trinchera mientras sus compañeros se iban de farra al pueblo más cercano.
Ya lo he contado otras veces. Mi padre, que tenía 18 años,
hizo una fuga de película para irse al frente sin decir nada a su familia. Se fue
de madrugada, cuando los toros entraban por las calles de la vieja Sevilla
desde el campo camino de la plaza, llevados por los mayorales. Entonces las
calles estaban vacías, y si los toros se llevaban por delante a algún borracho
no pasaba nada. Eran otros tiempos. Pues
mi padre se fugó, dejando una carta encima de la cama y con un hatillo con sus
cosas, y se fue a coger el tren que lo llevaría al frente. Pero mi abuela, que era
más lista que una gineta, se había olido la tostada y cuando mi progenitor llegó
a la estación con el tiempo justo, se encontró a su madre de brazos cruzados,
que le miraba severamente, tendiéndole otro hato lleno de provisiones para su
nene preferido. Y es que mi padre era el mayor de 4 hermanos, dos chicos y dos
chicas. Las mujeres no pintaban nada, y mi padre era el primogénito y el más
guapo. Los andaluces eran y son (no tanto ahora) así…
Pues mi papi se fue a la guerra como Mambru, pero él sí
volvió, aunque pasaron tres años, hasta que acabó el follón con la victoria del
asqueroso dictador Francisco Franco. Una vez le pregunté a mi padre por qué se
había ido a la guerra con aquellos impresentables, y me contestó:
-Es que yo tenía 18 años y ganas de correr aventuras…
Joder, joder, joder… vaya criatura. Que se hubiera ido de expedición
al Polo Sur, o a correr aventuras en el Amazonas, o con los papúes… pero que no
se hubiera ido a matar a otros españoles, por muy rojos que fueran…
El me contaba que en Sevilla, antes de la guerra, tenía
muchos amigos anarquistas. El anarquismo tenía un gran arraigo en Andalucía,
una región de las más pobres de entonces, manejada por los señoritos que
trataban a sus braceros como esclavos.(Y siguen…pregunten si no en el entorno
de la Duquesa de Alba…) Había una organización llamada “La Mano Negra”,
anarcos, y mi padre tenía amigos entre
ellos. Uno de estos, acorralado en la torre de una iglesia por la Guardia de
Asalto, me contó él que había acabado suicidándose tirándose desde allí.
Pues este era el ambientazo que había en Sevilla cuando
Paquito el de la Voz de Pito se sublevó contra la República. Se vino del
Marruecos español a Canarias, y de allí a la Península, y empezó a empreñar a
base de bien.
Mi padre me dijo una vez que mandaba una centuria, y que con
él tenía a un gitano que se quedó aterrorizado cuando se vió en medio del fuego
por primera vez, pero que él se hizo cargo del calé, lo cogió, le dio ánimos y
nunca más volvió a tener miedo. Tenía varios gitanos con él, que les eran muy
útiles, pues eran expertos en robar gallinas de las granjas cercanas y así
podían descansar un poco de comer chuscos con sardinas en lata. Mi padre
siempre le tuvo algo de manía a las latas de sardinas, pues se pasó toda la
guerra comiéndolas, con los correspondientes panes de soldado. (chusco). Por
eso el comer gallina de vez en cuando era un festín para todos.
También, una de las pòcas cosas que me contó, y que me dio un
poco de pena, fue que una vez estaban avanzando pero tuvieron que cobijarse tras
un terraplén, porque un miliciano estaba subido a un árbol y no les dejaba
levantar cabeza. En cuanto querían salir de allí, ¡zas! tiro que les pegaba.
Cuando llevaban así muchas horas, mi padre dio orden de que todos dispararan al árbol, y entonces el miliciano cayó como
una fruta madura. He pensado muchas veces en él, y qué valiente era. No temía a
la muerte.
En las trincheras del frente de Guadalajara,sobre todo en el pueblo de Cogolludo, donde mi padre
estuvo mucho tiempo, antes de llegar a Somosierra, camino de Madrid donde
estaba cuando terminó la guerra, de día se mataban, pero en cuanto caía la
noche se ponían a cantar,cada uno sus canciones. Los de mi padre cantaban
aquello de “Una mañana de mayo, cogí mi caballo y me fui a pasear”, y “Rascayú”.
Los milicianos, “Ay Carmela” y “Si me quieres escribir”. Las mismas que luego
Simone de Beauvoir, en sus memorias, cuenta que les emocionaban tanto a ella y
a Sartre. Y es que las canciones revolucionarias, sean de la revolución que
sean, son preciosas.
Como los de la trinchera de mi padre eran tan españoles como
los de la de enfrente,se entendían estupendamente y hasta se admiraban. De día se mataban, pero de noche hasta
hablaban. Se decían cosas como: “-¡Eh, rojos, que estamos comiendo una paella
estupenda”!. Y los otros respondían:” ¡Pues nosotros estamos comiendo unas
morcillas de puta madre!”. Y cosas por el estilo.
Los italianos que mandó Mussolini como refuerzos para los de
derechas hicieron clamorosamente el ridículo. Estaban también en Guadalajara,
pero no con los de mi papi. Juntos pero no revueltos. Cuando empezaron los
tiros, los italianos empezaron a correr, y para correr más se quitaron las
botas y empezaron a huir descalzos. Mussolini, al enterarse, se puso hecho una
furia, pero la verdad es que es comprensible que no quisieran morir en una
tierra que nada les importaba. Además, los italianos, que son un pueblo de artistas,
o sea, unos hedonistas, la guerra no les iba nada. Suyo es el dicho: “La guerra
e’ bella, ma incomoda”. Una verdad como un templo.
Después de este fiasco, en ambos bandos cantaban canciones
burlándose de los pobres ítalos, con letras que decían que “los españoles, no
corren porque son valientes”, y cosas por el estilo, poniendo todos a una verdes
a los pobres soldaditos mussolinianos.
Mi padre cuando yo era pequeña me decía malévolamente que si
quería molestar a un italiano le dijera solo ¡Guadalajara!, pero a mí me
parecía feo y nunca lo hice.Mi padre los detestaba, y decía que eran unos
cobardes y unos sinvergüenzas (esto sí que es verdad), pero a los rojos hasta
los defendía. Recuerdo un día que no sé que dije en casa, influída por los
comentarios de las Teresianas, y mi padre me regañó por hablar mal de sus ex
enemigos y me dijo: “-Oye, niña, ¿tú te crees que los rojos tenían cuernos y
rabo?. Pues no, eran personas como
nosotros.
Mi madre y mi abuela se ocupaban de mi educación en lo que concernía
a mis creencias religiosas –católicas, apostólicas y romanas- (así después me
convertí al Islam…) Referente a la buena crianza, a decir hola y adiós, a dar
las gracias cuando me regalaban algo. A no comer como los cerdos, a llevarme la
cuchara a la boca sin que chorrease por debajo (dificil), a sentarme tiesa como
un huso en la mesa y a portarme como lo que se suponía que era, una señorita de
casa bien.Pero mi padre me educaba subrepticiamente en valores castrenses. Le
estoy muy agradecida por esto, porque me han sido más de utilidad que el saber
cómo se ponían los cubiertos para una cena de gala.
Mi padre tenía dos valores que estaban por encima de todos
los demás: El valor y la honradez. Lo peor que le podría haber pasado es que su
hija le saliese una cobarde o una ladrona. Y vive Dios que no le defraudé.
Tenía y tengo el valor de un legionario, y él me dijo que nunca, nunca llorase
en público, Que si tenía ganas de llorar, que esperase a estar en casa. Y lo
cumplí. Y cuando veía a otras niñas que se ponían a berrear las despreciaba,
porque yo no lo hacía nunca. Lo único malo de este entrenamiento es que ahora,
de adulta, y hace ya muchos años, me es imposible llorar, ni en público ni en
privado, lo que desahoga mucho cuando la vida te aporrea duramente. Pero
cobarde no lo soy, ni pizca, y esto se lo debo a la educación cuartelera de mi
padre. También soy honrada hasta la manía (cosa que él lo era). Cuando era jefa
en la Oficina de Turismo del Aeropuerto me quisieron sobornar varias veces,
ofreciéndome estancias y comidas en hoteles de lujo si les mandaba clientes,
pero yo les mandaba a la m… sin ambages. Y una vez que el ayudante del habilitado,
un tal Barranco, me dijo que sabía que mi padre era instructor de reclutas
(cuando era aún capitán), y que un chico que le importaba mucho iba a hacer la
mili, y que si yo conseguía de mi padre que le pusiera en un buen sitio, él me
daría de su bolsillo el doble de mi paga mientras durara la mili, yo le solté
un “¿¿¿¡¡¡QUUUEEEEEË??!!!” tan furioso y en voz tan alta que todos me miraron
en la ofi y Barranco siempre fue mi enemigo. Pero mi honor quedó a salvo.
Mi papi, cuando era instructor de reclutas, a veces venían
payeses a casa con pollos, sobrasadas y demás cosas de granja para que su
hijito estuviese bien, y mi madre tenía que contenerle para que no los tirase
escaleras abajo. Y es que mi padre se ponía frenético ante el soborno. No lo podía
soportar. Y a mí me pasaba lo mismo…
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