pieles no
domingo, 14 de marzo de 2010
Palillos para comer
Durante la Baja Edad Media, los europeos se encontraron ante una nueva moda:La de cortar comida en la mesa, en trocitos, aptos para ser un bocado cada uno. Esta costumbre, introducida por los mercaderes que comerciaban con China, fué considerada aburrida e inútilmente refinada. (Una mariconada, que diría un bruto).Los europeos del s. XIII desconocían el criterio oriental según el cual la comida debe cortarse, pero no en la mesa sino en la cocina antes de servirla. Durante siglos los chinos habían enseñado que era un feo espectáculo, una auténtica barbaridad, servir un asado casi entero, o que al menos recordara al animal original. (a mí tampoco me gusta la vista de esos lechoncillos horrendos de Segovia o de Mallorca...me dan lástima, soy así).Además, se juzgaba descortés obligar a un invitado a tener que hacer una difícil disección que hubiera podido ser realizada antes en la cocina, fuera de la vista. Un viejo proverbio chino explica este proceder:"Nos sentamos a la mesa para comer, no para despedazar carroñas". Esta consideración sirvió para determinar el tamaño de los alimentos, lo cual sugirió, a su vez,el utensilio adecuado para comerlos. Los palillos -de madera, hueso o marfil- eran perfectamente adecuados para llevar hasta la boca los bocados previamente cortados, y la palabra china que designa estos chismes, kwai-tsze, significa "los rápidos". En Oriente el padre de la etiqueta fué Confucio, o Kung-fu-tsé, el filósofo del s.V que, a pesar de la errónea creencia popular, ni fundó una religión ni formuló un sistema filosófico, como Lao-tsé, padre del taoísmo con su libro Tao-te-king. Lo que hizo Confucio motivado por el desorden social de su tiempo, fué sentar los principios de conducta correcta, recalcando las sólidas relaciones familiares como base de la estabilidad social. El fundamento oriental para todos los buenos modales queda resumido en esta máxima suya: "No hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a tí".
Confucio admiraba mucho a Lao-tsé, y decía que él no podía ni compararse con el autor del Tao-te-king. Decía que "Lao es como un dragón de fuego inalcanzable que se escapa hacia el cielo".
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