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Pieles NO

sábado, 13 de marzo de 2010

París bien vale una misa


Esta frase fué pronunciada por el rey de Francia, Enrique IV, que antes fué rey de Navarra. La dijo al abjurar del protestantismo (era hugonote, y se salvó por los pelos de ser asesinado por los católicos en la Noche de San Bartolomé, en París), para conseguir acceso al trono de Francia y a la ciudad de París. Hay historiadores que dudan de que la pronunciase, pero dado el sentido del humor de este caballero y lo sinvergüenza simpático que era, es más que probable. Pienso.
Entonces Francia y la nobleza estaban divididas por la religión. Los hugonotes eran los protestantes franceses, que no sé por qué se llamaban así. Habría algún Hugo por allí, pero no lo sé. Pero sí sé que París era un hervidero, y Catalina de Médicis, la reina regente, que era viuda de Enrique II, -aquel que murió al infectársele una herida en un ojo durante un torneo, cosa que le había profetizado una bruja- pues Doña Cata, que era una beata, quería terminar con todos los hugonotes de la nobleza, y con otros jefes católicos urdió una conspiración para acabar con ellos el día de San Bartolomé. La señal era cuando tocase la hora de vísperas la campana de la iglesia de Saint Germain l'Auxerrois, en el centro de la ciudad. Entonces empezó la matanza. Los hugonotes no estaban tan desprevenidos, pero fué una carnicería. La sangre protestante corría en ríos por las calles del viejo París. El rey Enrique de Navarra era hugonote, pero como era tan mujeriego, la movida le cogió en la alcoba de una dama, al parecer Margarita de Valois, nuera de Catalina de Médicis, quien se lo metió debajo de la cama, y por un pelo escapó y consiguió más tarde ser rey de Francia, al hacerse católico, y pronunciar la frasecita de marras.Este rey era muy gracioso, sin proponérselo, lo que hace más gracia aún. El decía que cuando entraba en combate pasaba mucho miedo, y era verdad que se echaba a temblar. Pero él iba al frente de su ejército (como debe hacer un rey que se precie, entonces tenía sentido la Monarquía)y aunque sí iba tiritando de miedo, se ponía enciuma del casco un enorme penacho blanco, para que -decía él- todos sus soldados lo vieran y supieran que "sólo les conduciría por el camino del honor"
Catalina de Médicis y él se odiaban, porque cuando el rey era pequeño, la italiana envenenó a su madre, Jeanne d'Albret, por medio de unos guantes. En aquella época el envenenar a la gente era casi un arte. Se envenenaban velas para que al aspirar el humo cayeran redondos, y otras muchas más sutilezas.
La verdad es que la Historia es muy divertida, no un peñazo, como casi todo el mundo piensa.

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