pieles no
jueves, 13 de mayo de 2010
Cuando en España se besaba el pan
Cuando yo era pequeña mis mayores me enseñaron que cuando se caía un trozo de pan al suelo, había que besarlo, pues era el pan lo que se convertía en el cuerpo de Cristo en la misa. Lo besábamos los que teníamos pan de sobra, porque los que pasaban hambre lo honraban aún más, pues se lo comían. Nosotros nunca pasamos hambre porque como militares que éramos íbamos a un economato que estaba situado en la Avenida Alejandro Rosselló, frente a lo que hasta hace poco era el Cuartel de Ingenieros, y delante también de lo que era Intendencia de Aviación, y que ahora es una escuela. Recuerdo muy bien que iba allí con mi madre, y había de todo, hasta chocolate. La mayoría de las cosas no eran caprichos, pero todo estaba muy bien. La gente "normal" lo pasaba mal, y los estraperlistas hacían su agosto. Nosotros no vivíamos con ningún lujo. Así como ahora la calle Font y Monteros, donde viví desde que arribamos de Zaragoza hasta que me casé, está llena de coches, entonces no había más que uno, el del Sr. Vidal, el vecino del primero, que tenía una fábrica de zapatos en Inca, y a mí me parecía un cochazo. Tardamos mucho en tener un 600. Cuando vinimos a Mallorca desde Zaragoza, que mi padre cuando ascendió a capitán lo destinaron a la Base Aérea de Son San Juan, nos trajimos los muebles, pero como entonces no había containers,el barco que los traía los dejó toda una noche en el muelle, y esa noche se abrieron los cielos y cayó el diluvio. Una de esas lluvias cortas y tremendas que a veces descargan en la isla. Y todos los muebles se fueron a la porra. Mi madre lloraba desesperada, mi abuela trataba de consolarla y mi padre hizo lo que pudo para repararlos, pero durante muchos años, hasta que se cambiaron,las chapas estaban abombadas y el agua había dejado en la madera unos dibujos más bien feos. Yo recuerdo a mi padre haciendo con maderas, clavos y un martillo, una lo que entonces se llamaba "cama turca", que era como un sofá al que se añadían unos almohadones. Luego la forró de cretona y la usamos durante muchos años.Del techo colgaba una lámpara de forja que mi abuelo de Sevilla compró para mi madre, y que ésta odiaba, como todo lo que era andaluz, y que en cuanto pudo regalo al trapero. Yo tuve un disgusto, pues me gustaba. Pero mi opinión no contaba.
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