pieles no
domingo, 15 de julio de 2012
Los caballeros andantes
A principios del siglo XVII, don Alonso Quijano, el Quijote, tenía por fuerza que parecer a los lectores de la época un personaje cómico, patético y anacrónico. Y sin embargo, apenas cien años antes, Europa entera había sido testigo de una eclosión ilimitada de caballeros andantes.
Aunque la cosa viene de tiempo atrás, es durante el siglo XV cuando, tal vez debido a que las correas teológicas se aflojan un poco, la profusión de justas, torneos y lances de honor se convierten en una auténtica moda.
El tema es amplio y da para mucho. Pero a nosotros, curiosos, nos interesa en especial una modalidad determinada de entre las muchas formas en las que el gesto caballeresco se transmutaba: los pasos de armas.
Nosotros nos creemos muy modernos. Por ejemplo, pensamos que nuestra noción de espectáculo es única en la historia. Pero deberíamos ser más humildes. Al fin y al cabo, la condición humana no ha cambiado tanto con el paso del tiempo (a pesar de que los filósofos contemporáneos gusten de decir aquello de que el hombre no tiene naturaleza, sino historia).
Y así, si hoy día el fútbol es, quizá, el deporte planetario por antonomasia, lo cierto es que nuestros antepasados también sabían disfrutar de su ocio, también tenían sus deportes. En el XV, los deportistas más afamados y cotizados eran, cómo dudarlo, los caballeros andantes.
Los caballeros participaban en justas, en torneos, y en pasos de armas. En los pasos de armas, un “mantenedor” (así se llamaban) se colocaba en algún lugar determinado (un paraje, un paso), prohibiendo el tránsito al resto de caballeros, los “aventureros”. Estos aventureros lo que hacían era intentar quebrar la prohibición.
Esto es, un señor armado con lanza o espada, sobre su caballo, se situaba, pongamos, en un puente tras haber divulgado una “circular” (un programa o capítulo) por castillos y cortes, en la que hacía público sus intenciones y su ubicación (así como una serie de detalles relativos al armamento, a la lucha, etc.), esperando la llegada de otros señores que, en busca de gloria y prestigio, no dudaban a la hora de irle al encuentro.
No me digan mis lectores que la escena, de friki la enjuiciarían nuestros cachorros, no mola. Sí, hoy nos parece un tanto extraño pero hace más de 500 años era la cosa más natural del mundo.
Así, tenemos noticias del Passo de la Fuerte Ventura, en Valladolid. En 1428, el infante Enrique de Aragón estuvo allí de mantenedor, mientras que su hermano el rey de Navarra fue aventurero. En ese paso, por cierto, murió de un golpe en la cabeza Álvaro de Sandoval.
También sabemos que en 1434 hubo un notable Passo Honroso en el puente Órbigo, entre León y Astorga o que, por no ceñirnos tan solo a la península, de 1443 es el Pas de l’Arbre Charlemagne, cerca de Dijon, en el que destacaron “aventureros” españoles, como Vázquez de Saavedra o Diego de Varela.
O ya en 1449, el Pas de la Belle Pélerine que, como su nombre indica, surgió en honor de una dama atacada cuando iba de peregrinación a Roma. En este paso destacó un gallego (más o menos), que ya era raro no habernos topado todavía con ninguno. Ni más ni menos que Gutierre de Quixada, señor de Vila-García, de quien ni más ni menos se decía descendiente el mismo Don Quijote.
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