El
19 de julio de 1808, tras la victoria de Bailén, el ejército del
general Castaños hizo prisioneros a miles de soldados napoleónicos, que
fueron hacinados en los muelles de Sanlúcar durante varios días, bajo el
compromiso de ser repatriados a Francia. El Gobernador de Cádiz decidió
no respetar el acuerdo y embarcarlos en ocho navíos con destino a
Canarias y Baleares. Pocos días después, unos 9.000 prisioneros
franceses fueron abandonados a su suerte en Cabrera. La isla, a escasos
kilómetros al sur de Mallorca, era una cárcel de la que no había manera
de escapar, un desierto sin agua ni comida.
Cabrera está a una media hora en lancha desde la Colonia de Sant Jordi. La costa mallorquina no
parece estar lejos, pero las fuertes corrientes hacen imposible ganarla a
nado. Seguramente aquellos prisioneros franceses lo intentaron sin
éxito, sobre todo cuando la desesperación se apoderó de ellos. La
historia de los prisioneros franceses en Cabrera es desconocida para el
gran público, incluso para los propios franceses. Las pocas atracciones
de la isla, aparte de su belleza natural y su valor ecológico, son el
pequeño castillo en ruinas, el modesto museo arqueológico, las casas de
los pescadores, el cementerio y la "cruz de los franceses", único
testimonio de una cruda e impresionante historia.
Al
principio del cautiverio, cada cuatro días un bergantín español llegaba
con víveres para los confinados. Los escasos recursos de la isla,
algunos conejos y lagartijas, se acabaron rápidamente. Algunos empezaron
a comer hierbas silvestres e insectos, e incluso se dieron casos de
antropofagia (existe una leyenda sobre una cueva de la isla utilizada
como trampa para atraer incautos bajo la promesa de alimento, donde eran
asesinados y devorados por sus compatriotas).
El 18 de julio de 1809 , el cura Damián Estelrich,
llega a la isla como respuesta a una petición que han hecho los
oficiales franceses prisioneros que intentan mantener la dignidad de sus
tropas. Encuentran montañas de esqueléticos cadáveres. Comienzan por
incinerar a los muertos, después les proporcionarán picos y palas para
construir un cementerio. El hambre hace estragos, pero lo más terrible
es la sed. Cientos de hombres esperan el turno en la inmensa cola ante
el chorrito de la fuente que han localizado en el interior de la isla.
La
primera evasión la protagonizarán cuarenta marinos de la guardia
francesa, a los que les ha correspondido en un sorteo el intentarlo.
Logran distraer a los españoles, que vienen con la ración, gracias a una
pelea simulada. Los franceses toman la chalupa con el patrón español a
bordo para que no les disparen. Consiguen llegar a Mallorca pero
finalmente son capturados y ejecutados.
Los
franceses se organizan en la isla: Forman un Consejo que principalmente
reglamenta la pesca y la distribución de los escasos alimentos además
de construir precarias cabañas cerca del puerto. También castiga
ejemplarmente a los ladrones. Este mínimo orden se rompe en 1810, tras
otro intento de fuga que se saldó con el asesinato de algunos marineros
españoles. La represalia de las autoridades fue brutal: El barco de los
víveres no aparece durante diez días, lo cual supone la muerte por
inanición de cientos de prisioneros.
Los
enfermos y los locos (no son pocos los que acabarán perdiendo el juicio)
son confinados en una de la grutas de la isla. Los supervivientes se
buscan la vida: reproducen a las ratas para no exterminarlas
completamente y seguir alimentándose de ellas o comercian con los
pescadores mallorquines intercambiando sal marina por alimentos. Trazan
"calles" e incluso instituyen una plaza lpública a que llaman "Palais
Royal", donde se discuten los asuntos importantes y se celebran
representaciones teatrales.
En 1812,
cuando parecía imposible que la situación de los confinados pudiera
empeorar, el gobernador Baltasar es designado para poner orden en la
isla-prisión: Elimina de un plumazo al Consejo, somete a los débiles
prisioneros a trabajos forzados y ordena ejecuciones ejemplares para
hacer desistir al resto de cualquier intento de fuga. Nuevos
contingentes de prisioneros llegan y sustituyen a los muertos. La
pesadilla continúa.
En Mallorca por entonces había una hambruna terrible, y, claro, lo poco que había se lo comían los mallorquines.
Se dieron casos de antropofagia y coprofagia, y los españoles a los que practicaban esta última los fusilaban o casatigaban duramente (mas?) por degenerados.
El 16 de mayo de 1814
sólo quedan en la isla tres mil hombres. Una goleta maniobra ante la
entrada del puerto, como si quisiera entrar en la bahía, ante tres mil
hombres que no esperan nada. Los marinos arrían las velas y echan el
ancla. Un oficial de la goleta grita a través de una bocina: "¡Libertad
para los prisioneros!" El embarque se organiza en pocos días. Todas las
construcciones de los prisioneros serán pasto de las llamas y toda la
huella o recuerdo de aquel inhumano cautiverio quedarán borrados.
El gobierno francés erige en 1847 un monolito en la isla para recordar lo sucedido. Una estela de granito donde se lee: "A la mémoire des Français á Cabrera". A principios del siglo XX España devolvió los restos de los fallecidos al gobierno francés. Aun se pueden leer en algunas rocas de la isla inscripciones hechas por aquellos desgraciados, como la de la foto de abajo.
Nunca un paraíso se pareció tanto a un infierno. Porque cuando yo he estado en Cabrera, he disfrutado de nadar. Como es Parque Natural (antes fué propiedad del Ejército)no hay nada, ni hoteles, ni restaurantes. Solo un pequeño museo arqueológico y la Cruz de los Franceses.
Aquí abajo se ve la situación de Cabrera, justo al sur de Mallorca. Es muy pequeñita.
La foto de la lagartija la he puesto porque son endémicas de Cabrera. No se conocen en ningún otro sitio iguales. Muchas se las comieron los franceses,pero no las exterminaron.
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