Los militantes y funcionarios estaban divididos en dos
bandos bien distintos. Por un lado los Girondinos, que tenían la intención de
restaurar el poder de la monarquía y los valores legales tradicionales. Por
otro lado los de la Montaña, que pugnaban por un Estado revolucionario al grito
de Libertad, igualdad y fraternidad.
Casualmente, los que se sentaron a la derecha del Presidente
fueron los Girondinos; los de la izquierda fueron los Jacobinos. Y en el centro
un grupo imparcial que llevaron el nombre de Llano o Marsima. Actualmente, en
una relación conceptual, podría identificárselos como de Centro. Así nació la
convención que aún hoy perdura.
No fueron tiempos fáciles. Los girondinos estaban integrados
por empresarios y comerciantes, llegaban desde el sur del país y contaban con
el apoyo político de todas las provincias que creían conveniente sostener la
corona, aunque limitando sus decisiones. Los pobres no podían votar, ya que no
pagan impuestos y no tenían representación alguna en la economía del país.
Con esta plataforma se hicieron con el poder hacia fines de
1791. Tenían mayoría en la Asamblea. Fue así que se sancionó la primera
constitución, donde se proponía la figura de una monarquía parlamentaria. El
continuaba con límites bien marcados y los integrantes del Parlamento era
elegidos exclusivamente por las clases pudientes.
La situación estalló al año siguiente. Los jacobinos,
aunados con la clase trabajadora -conocida como los Sans Culottes- tomaron el
poder a fuerza de guillotina y fuego. Bajo el régimen jacobino rodaron las
cabezas de Luis XVI, su esposa María Antonieta, sacerdotes y cientos de nobles.
El pueblo entero de París presenció la ejecuciones.
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