Durante el
reinado de Enrique IV (1425-1474), le fue concedido el arzobispado de Santiago
de Compostela a un sobrino del arzobispo de Sevilla, don Alonso de Fonseca. Dado
que el reino de Galicia andaba revuelto, el arzobispo electo pensó que la toma
de posesión del cargo no iba a ser cosa sencilla, por lo que pidió ayuda a su
tío. Don Alonso se desplazó al reino gallego, pero pidió a su sobrino que se
ocupara del arzobispado sevillano durante su ausencia.
El
arzobispo, tras lograr serenar los ánimos de los gallegos, regresó a Sevilla,
pero se encontró con que su sobrino no quería dejar de ningún modo la silla
hispalense. Para que desistiera, no sólo fue necesario un mandato del Papa, sino
que interviniera el rey y que algunos de sus seguidores fuesen ahorcados tras un
breve proceso. A raíz de este trágico suceso nace el refrán quien se fue a
Sevillla, perdió su silla. De él se deduce que la ausencia perjudica, no al que
se fue a Sevilla, sino al que se fue de ella.
Este dicho
tan recurrente se usa para indicar que una persona deja traslucir de forma
involuntaria sus verdaderas intenciones o pensamientos en un
asunto.
Indudablemente,
su origen se encuentra en la fábula La
corneja y los pájaros, escrita
por el griego Esopo en el siglo VI a. de C. La fábula cuenta que Júpiter, el
padre los dioses, para nombrar al rey de los pájaros, señaló una fecha en la que
todas las aves deberían comparecer ante él, para así elegir a la más
bella.
Todos los
pájaros se acercaron a la orilla del río para acicalarse y arreglarse el
plumaje. La corneja, consciente de su fealdad, se dedicó a recoger las plumas
que se habían desprendido de los otros pájaros y se las prendió en el cuello. Al
llegar el día señalado por Júpiter, todas las aves acudieron al concurso. De
todos los plumajes, el de la corneja resultó ser el más bello y elegante. Pero
cuando estaba a punto de ser coronada, los demás pájaros, indignados por el
engaño, se le echaron encima y cada cual arrancó del penacho las plumas que le
pertenecían. Y la corneja no consiguió el tan preciado puesto, por vérsele el
plumero, o sea, el penacho de plumas de pega.
Como
anécdota, esta frase proverbial fue utilizada por los conservadores, que
aplicaban a las personas que dejaban entrever sus opiniones liberales. Pero aquí
el plumero no se refiere a la farsa de la corneja de la fábula, sino al penacho
de plumas que coronaba el morrión de los voluntarios de la Milicia Nacional, un
cuerpo que nació el año 1820 para defender los principios liberales y
progresistas.
Nadie sabe
quién fue la Mari-Sarmiento a la que hace referencia este refrán. Hay quien
supone que este nombre propio es un apelativo genérico, como muchos otros:
Marimacho, Marisabidilla, Marizápalos... Para algunos lingüistas, como Julio
Cejador, Marisarmiento significó en otros tiempos mujer delgada, flaca como un
sarmiento. Y de ahí procede el refrán "El viento de Mari-Sarmiento, que fue a
cagar y se la llevó el viento".
Corneja |
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