También explica don Pancracio el origen del dicho. En el Madrid dieciochesco, un agasajo no era tal si no había una taza de chocolate como parte del mismo. El producto era caro y así, habitualmente los indianos, hacían alarde de sus riquezas. Alguno de estos indianos se habían traído un loro de su época en América, que mostraban orgullosos en el salón de su casa. El loro, dentro de su lujosa jaula, tenía un recipiente con chocolate para que picoteara, a pesar del coste del manjar.
Cuando alguno de estos acaudalados que había ofrecido chocolate por doquier, incluso a su loro, comenzaba a decaer económicamente, privaba al pobre animal del capricho. Pero seguía ofreciendo chocolate a los invitados a sus fiestas, ya que de otro modo quedaría de manifiesto su penuria. Y este es el origen del dicho, que parece bastante obvio y literal.
Suprimir el chocolate al loro supone poco ahorro comparado con el gasto que conlleva ofrecer tazas rebosantes a los invitados. Los españoles, como siempre, preocupados por la apariencia. ¡Qué cierta es esa imagen del pobre hidalgo que no habiendo comido, sale a la calle con un palillo entre los dientes para que el resto crea que está saciado!
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