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Pieles NO

miércoles, 14 de diciembre de 2011

Va de posesiones diabólicas


LAS POSEÍDAS DE LOUDUN

FRANCIA, 1634

Presas de una verdadera histeria, las diecisiete hermanas del convento de las Ursulinas de Loudun gritan que están poseídas por el diablo. Nombran al que hizo entrar en ellas al demonio: Urbain Grandier, sacerdote de una parroquia de la ciudad, en conflicto con la burguesía local.

Después de dos años de acusaciones, Urbain Grandier es juzgado culpable de brujería y quemado en la hoguera. Sin embargo, los casos de posesión de las hermanas ursulinas no acaban ahí.

Apariciones y posesiones

En 1632, la pequeña ciudad de Loudun, en la provincia de Touraine, tiene más de 14.000 habitantes. Entre mayo y septiembre, una tremenda epidemia de peste mata a más de 3.700 personas. La población de la ciudad está desesperada y traumatizada. La calamidad es interpretada como signo de la cólera divina: en esta atmósfera de fin del mundo, aparecen los primeros casos de posesión.
Durante la noche del 21 de septiembre, en un convento que cobija a diecisiete hermanas ursulinas, la madre superiora Juana de los Ángeles y dos hermanas ven aparecer el espíritu de su difunto confesor, el prior Moussaut, que falleció víctima de la peste algunas semanas antes. En los días siguientes, extraños fenómenos se manifiestan: una bola negra vuela a través del refectorio, un fantasma se pasea por los pasillos... A principios de octubre, varias hermanas dan señales de demencia, gritan y ruedan por el suelo. Las contorsiones se generalizan, y pronto el convento entero se ve afectado. Los sacerdotes acuden y la conclusión no se hace esperar mucho: las ursulinas están poseídas, víctimas del maligno. Siguiendo la lógica de los sacerdotes, Lucifer no puede aparecer si no ha sido previamente invocado por un brujo. Por lo tanto, en alguna parte hay alguien culpable de este acto demoníaco.

De toda la región, y luego de toda Francia, empiezan a llegar sacerdotes. Realizan sesiones de exorcismo, acorralando al diablo y buscando al hombre que lo hizo venir. El 11 de octubre, una religiosa poseída, según dice, por el demonio Astaroth, suelta un nombre: el de Urbain Grandier, sacerdote de la iglesia de Saint-Pierre-du-Marché (San Pedro del Mercado), situada en el centro de la ciudad de Loudun. Una vez surgido el culpable, otras hermanas lo acusan a su vez y, en la ciudad, los rumores se extienden con prontitud cual un reguero de pólvora: Urbain Grandier es un brujo. El pueblo ya ha juzgado y condenado.

Grandier, un sacerdote modesto

Urbain Grandier es un hombre alto y bien parecido, vivaz e inteligente. Cautiva a su auditorio cuando sube al púlpito, aunque se le reprocha su libertinaje y, muy especialmente, su pronunciado gusto por las parroquianas. El asunto, hasta entonces religioso, se convierte paulatinamente en un asunto político. El hombre en cuestión nunca ha entrado en el convento de las ursulinas, pero la ciudad entera habla de él, y las monjas lo saben, se obsesionan y empiezan a soñar (o a fantasear) con él. Los burgueses de Loudun critican su arrogancia y su extrema ambición. Los capuchinos, también instalados en Loudun, aprovechan la causa contra Grandier para denunciarlo como autor de un violento panfleto en contra del Cardenal de Richelieu. Da la casualidad de que el Barón de Laubardemont, comisario del primer ministro y cardenal, llega a la ciudad en septiembre de 1633, para desempeñar una misión sin relación con el asunto. Ahí sólo escucha hablar de las sucesivas crisis de las religiosas ursulinas, de los exorcistas que acuden y de las sospechas contra el párroco de Saint-Pierre-du-Marché. De regreso a París, se hace asignar el caso para llevar a cabo una investigación. El 8 de diciembre está de vuelta en Loudun con plenos poderes, encargado por el Cardenal de Richelieu de instruir el proceso judicial contra Urbain Grandier.


Retrato de Urbain Grandier (1590-1634)

Un proceso ejemplar

Al día siguiente de su llegada, Jean Martin de La Rocque, barón de Laubardemont, manda arrestar a Grandier. Hará registrar la casa de éste, sin encontrar nada comprometedor y, durante el mes de enero de 1634, se dedica a recoger declaraciones y testimonios. Del 4 al 11 de febrero, interroga a Grandier. El sacerdote niega las acusaciones de brujería y rehúsa contestar las preguntas de Laubardemont. En su convento, sometidas a exorcismos periódicos, las poseídas aún no son liberadas. La gente acude en masa a verlas contorsionarse, gritar el nombre de su demonio e injuriar a los sacerdotes. Laubardemont decide entonces separarlas para examinar cada caso, lo que no impide al público asistir a los exorcismos. Los médicos entregan rápidamente sus conclusiones: "Encontramos que en todas estas cosas las fuerzas de la naturaleza son sobrepasadas...". El caso está concluído: las religiosas son víctimas de lo sobrenatural.
El proceso se abre el 8 de julio de 1634. Se designan doce jueces, que proceden de pequeños tribunales de la región. Leen los informes del sumario realizado por Laubardemont, interrogan a las poseídas y buscan en Grandier pruebas extraordinarias. Así, una cicatriz en el pulgar indica una antigua herida que se habría infligido para firmar con su sangre un pacto con el diablo. La insensibilidad de un hombro se convierte en la prueba de que el maligno la hizo escapar a las leyes de la naturaleza. Estas pruebas son consideradas decisivas. El 18 de agosto, a las cinco de la mañana, los jueces pronuncian la sentencia. Dos horas más tarde, Laubardemont recoge a Grandier en la prisión. Es torturado; luego, hacia el mediodía, es llevado a la plaza del mercado, donde le espera la hoguera. La histeria de algunas monjas le cuesta la vida a un hombre culpable de haber sido solamente el objeto de sus fantasías.
Las poseídas se han convertido en una atracción que la gente viene a ver de todas partes de Francia: las crisis, todavía espectaculares, continúan varios años después de la muerte de Grandier, hasta el día en que la más virulenta de las poseídas, Juana de los Ángeles, cambia de personaje y se convierte en una visionaria habitada por Dios!


Suplicio de Urbain Grandier en 1634

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